viernes, 14 de agosto de 2009

Patética historia sobre una exposición mediocre

No me gusta la comunicación organizacional. Me parece sumamente estúpido e innecesario todo ese rollo mamón de crearle una identidad filosófica a las empresas, digo, aparentemente es necesario y, aparentemente las empresas (también llamadas corporaciones) la necesitan, no precisamente porque busquen a un gurú de las communications que los guíe por un sendero místico. Not. Necesitan eso porque tienen mucho por demostrar, sobretodo: tienen mucha mierda que vendernos, asi que... básicamente todo se resume a "asnos una imagen, una identidad para aparentar algo que no somos" (sí, asnos) pero en un mundo extremadamente capitalista ¿nos extraña todo lo anterior? al menos, a mí no. Y todo parte desde un concepto muy sencillo: No puedes ir por ahí pedorreándote aunque lo necesites y sea natural.
Leía en un blog que la cordura y la hipocrecía eran sumamente necesarias, de no existir quizá ya nos hubieramos convertido al canivalismo. Pero, no podemos comparar de manera lógica a un ser humano (complejo, errado, análogo) con una corporación, porque aunque legalmente ambas son personas morales (terminología legal, busquen en wiki, assholes) realmente una maldita y desgraciada empresa NO lo es, no lo es porque es una idea, un sueño, una ilusión de la mente de un grupo de humanos que buscan un beneficio económico.
No quiero parecer snob pero creo que eso es innevitable. Entonces, todo el análisis anterior lo tenía super claro, mi mente parecía una radio exótica que repetía conceptos, palabras, imágenes y mientras, mi equipo, mi implacable equipo de trabajo y yo debíamos exponer los beneficios de todo lo que anteriormente repudié. Estaban todos los maestros que me habían impartido el módulo de el pasado cuatrimestre, pero, también había dos que tres maestros colados que no tenían absolutamente nada que hacer por ahí, pero, ya saben, ahí estaban. Era como un gran acontecimiento histórico: todos vestíamos formal, diciendo idioteces disque coherentes, un cañón bonito; a algunos les titubeaba la voz, pero, no desde los labios. No. Les titubeaba la voz desde la boca del estómago creando una resonancia que... no sé si los demás serían capaces de escuchar pero, para mí era como el berreo moribundo de un animal salvaje en media carretera.
Seguí hablando de que tal empresa era bueno o no tan mala, dando consejos, analizando, esquematizando de manera dramática y veloz ideas, conceptos, señalamientos, números, fórmulas complejamente caóticas. La información se acumulaba como un data base y el salón me parecía cada vez más pequeño o más cuadrado o más de ambas cosas mezcladas con vómito de alien recien nacido.
Sí, estaba nerviosa, era mi primera vez. La primera vez que uno se pone nervioso al hablar es tan difícil como perder la virginidad, y esos imbéciles me la robaron. Pero, bueno, sin desviarme del tema... de repente empezaron todos al unísono coral acosandome con preguntas, a mí, a los otros, a mis compañeros, entre ellos, a la pared, ping pong, bolita pa' acá y bolita pa' allá. Yo trataba de responder de manera clara, directa y concreta pero, mi mente no dejaba de cantar canciones de Homero Simpson y... mi memoria visual no dejaba de poner pinturas cubistas que... sepa Jesús qué significaban. Así pues, seguí con una postura aparentemente dura, rígida y frígida para no seducir la susceptibilidad del coordinador de mi carrera.
Las preguntas volaban como cuervos gigantes, negros, opacados por el cansancio matutino y, seguramente esas 3 tazas de café que me tomé antes de entrar a la exposición me pusieron aún más paranóica de lo usual... y... sentía el estómago hecho una danza africana, tamborileando, durísimo, sin control. El salón me parecía aún más blanco, pequeño, o muy grande y tenía ganas de... no sé... ganas de... golpear algo o a alguien y también de agarrar la lap top carícima y reventar el monitor de trillones de pulgadas en la pared y luego, gritarles a todos, gritar, gritar mucho sin llegar a ningún lado pero, no sin antes destruir un poco el salón, quitarme los pantalones y salir corriendo por la calle en calzones, era, ese sentimiento de que debía de perder un poco la cordura (bueno, quizá algo más que sólo un poco) porque no importaba que estuviéramos a 50º a la sombra, no, no importaba, yo quería salir corriendo de ahí y no volver jamás a ver a nadie y... cuando estaba pensando todo eso, de repente, cuando ya estaba decidiendome en tirar todo por la borda y arruinar mi prodigiosa carrera de Licencia con honores y floresitas: ¡los profesores empezaron a aplaudir tranquilamente! y nos dijeron: "¡Felicidades muchachos, excelente exposición. Buenísima!" nos tomamos de las manos, cumplimos el protocolo cordial y romántico, nos tomamos fotos, entre otras irrelevantes cursilerías.
Salí de ese salón lo más rápido que pude, me desafané pronto de las restregadas de mano y me subí directo a mi carro. Me aseguré de tener mis pantalones y tacones en su lugar. Bien, no había cometido aún la gran locura, no me desnudé, no grité sandeces, aparentemente seguía siendo una persona "normal" y lineal. Perfecto.
Minutos después llegué a mi casa me puse a leer el periódico en línea de nosedonde y luego me solté llorando porque me arrepentí mucho de no haber hecho ese teatrito. Digo, hubiera perdido todos mis créditos... sí, pero, no sé en qué canción escuché que la vida es un carnaval y la mía hace mucho tiempo que no lo es. Liar bitches. Mañana voy a ir al tianguis del palo verde a vender toda mi ropa formal. Ah sí, ésta historia tampoco tiene un gran final, no me presionen, no tengo un gran final. Bye.

2 comentarios:

El santo dijo...

CUANDO LO TENGAMOS TODO LOLITA LO VAMOS A PODER PERDER SIN PERDER NADA REALMENTE!...

Jorge Pistola dijo...

o_O; pero ya estás de vacaciones, no?